Marjorie Caicedo es una mujer ecuatoriana, oriunda de Esmeraldas, que se dedica profesionalmente al basquetbol. Su vida transcurría entre entrenamientos de baloncesto, salidas de fiesta y embriagarse con sus amigas. Aunque logró ser parte de la selección nacional de Ecuador y se esforzaba por ser la mejor en su equipo, sabía que el tablero de su vida estaba en cero. Constantemente se sentía amargada y lloraba mucho. Ella atribuía su debacle emocional a su carrera deportiva, la cual la había llevado a vivir lejos de su hogar desde muy joven. Ni sus logros deportivos, ni las fiestas, ni las amistades, podían llenar su corazón.
Un día, le comentó a su amiga Jessica que a pesar de todo lo que había logrado se sentía sola; esta sin titubear le dijo que necesitaba a Dios. Entonces Marjorie trató de buscarlo a su manera; incluso compró una Biblia, pero como pensaba que no sabía leerla simplemente la llevaba con ella como un amuleto. Por aquellos días, apareció la posibilidad de ir a Argentina a jugar profesionalmente. Sin embargo, esto no salió como esperaba y sus expectativas no se cumplieron. Así que volvió a Esmeraldas con el mismo vacío.
Al volver, el papá de su hija enfermó gravemente; pasó por muchos procesos médicos sin encontrar diagnóstico ni mejora. Su tío Jefferson les visitó y oró, y Dios empezó a sanarlo. A partir de ahí comenzaron una casa de paz. Dios había preparado el corazón y la mente de Marjorie, y esta fue la oportunidad para responder con fe al evangelio.
La vida de Marjorie ha sido transformada. Ella ha hecho la mejor anotación de su vida, su marcador está lleno de paz, satisfacción y gozo. Ahora pertenece a un nuevo equipo, tanto en la fe como en el deporte. Este último la ha llevado a la ciudad de Ambato desde donde espera guiar a otros a una relación con Jesús. Esta jugadora de basquetbol ha encontrado en los campeonatos el escenario perfecto para compartir acerca de Jesús. Se levanta muy temprano para orar y leer su Biblia, mientras sus compañeras observan curiosas. Marjorie aprovecha para compartirles su historia e involucrarlas en esos tiempos con Dios. Ya empieza a recoger los primeros frutos: dos de sus compañeras ahora son sus hermanas en la fe y forman parte de una casa de paz virtual que ella lidera.