José Mattoso es un hombre de 55 años originario de Montevideo, Uruguay, con una historia de vida que se sale de lo convencional. Desde niño, se vio obligado a dedicarse a la delincuencia; no había conocido otra vida, sólo la que aprendió en las calles, donde se sentía más seguro que en su propia casa. Se entregó a vicios que lo llevaron a una vida desenfrenada; la violencia era su pan de cada día, e incluso llegó a cometer asesinatos. Como consecuencia, tuvo que cumplir una condena de 22 años de cárcel. Además, durante mucho tiempo, José buscó en el ocultismo soluciones que nunca llegaron.
Actualmente, su hogar es cualquier rincón de las calles del barrio Buceo, cerca de la plaza donde todos los lunes, Teresa y Dorita llevan a cabo una casa de paz. Lleno de ira contra Dios, se mantenía distante; con gritos, rechazaba rotundamente el mensaje de Jesús. Sin embargo, algo sucedió una tarde: una fuerza de amor atravesó la coraza que cubría su corazón. Mientras cantaban, se acercó en silencio, y con ojos llenos de lágrimas, preguntó: “¿Dónde ha estado Dios en todos estos años de abusos, violencia y dolor?”. Sin dudar, Dorita le contestó: “Amándote, y buscando que le dieras un lugar en tu vida, para ayudarte a salir del dolor”. Ese día, José entregó su vida a Jesús.
A la semana siguiente, sintió la necesidad de confesar sus pecados; pidió retirarse un momento con una de las líderes y, debajo de un árbol, abrió por completo su corazón a contar cosas que lo atormentaban. Una paz inundó su alma, sintió como el Señor lo perdonaba y así continuó su proceso de restauración. Sin lugar a dudas algo había cambiado en su interior.
Hoy José tiene un semblante nuevo; asiste a la casa de paz en la plaza y se congrega en la Iglesia local. El 26 de marzo del 2023, se bautizó y, junto con él, dos vecinos de la zona, Margot y Nicolás, quienes ya son frutos de su testimonio de vida transformada. Ahora, él no hace otra cosa más que hablar de ese amor que lo cautivó.
Unos días atrás, una palabra compartida en la casa de paz lo confrontó de tal manera, que pensó: “Esta vez no podré obedecer”; se refería al perdón. José sentía que no podía perdonar a su padre, quien había fallecido hace unos años después de haber abandonado a su madre cuando tenía tres meses de embarazo. Lo culpaba de todos los recuerdos dolorosos de violencia y abusos que sufrió en las calles, en ausencia de su protección. Rogó al Señor que lo ayudara y fue al lugar donde estaba enterrado. Allí, sintió que su corazón se desgarraba; lloró a gritos diciendo que lo perdonaba. En medio de todo eso, no había percibido que tres personas lo estaban escuchando: eran sus hermanos. Ese día, se reencontró con parte de su familia después de más de veinte años.
José sigue caminando hacia una restauración total. Sin dudas, todavía tiene un camino muy largo por delante, pero nadie puede dudar de que Aquel que comenzó su obra en José será fiel en completarla. No hay nada imposible para Dios y José es un testimonio vivo de cómo su poder, misericordia y perdón están alcanzando a personas en las calles de Montevideo. Nosotros estamos honrados de participar con Dios en esta transformación.